Perder la ciudad. Cine-club de Un piano preparado
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Un piano preparadoPrecio: | 0€ |
Ubicación: | Sala Audiovisual |
Se apropian de la ciudad como antes se apropiaron de la tierra, se la compran con el dinero de todas. Y en Madrid, «la nueva Miami», una ciudad dividida entre propietarios y no propietarios, mucha gente vive con miedo.
Miedo a que la echen de su casa, a quedarse sin techo, para empezar. Miedo a que desaparezca ese entramado de relaciones no íntimas con vecinos y conocidos que nos aparta a diario del fascismo. Miedo a llevar una vida idiota. Miedo a la fealdad y al aire envenenado. Miedo a no poder ir al médico. Miedo a salir a la calle, por no tener papeles. Asco de las plazas duras y llenas de turistas, de las aceras desamortizadas. En Madrid, mucha gente pasa a toda prisa por ciertos sitios para no ver en qué se han convertido, para no ver los solares o los alcorques vacíos, las casas y los árboles que faltan. Prefiere no mirar, ahorrarse el disgusto. Lo que vamos a intentar con este programa de cine es distanciarnos de nuestros miedos; siete películas se interpondrán entre nosotras y ellos y, tal vez, acompañadas de otras sensibilidades e inteligencias, logremos hacerles frente.
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3 de octubre
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Go! Go! Go! (Marie Menken, EE UU, 1964, 11')
La gran ciudad filmada desde el punto de vista de un semáforo o de una farola; un concentrado de velocidad que todo lo transfigura: barcos que se vuelven patinadores en una pista de hielo, humanos que se vuelven hormigas en un terrario y que al entrar por una puerta giratoria ya son bolas de pinball, calles como venas por las que circula la sangre. El ritmo exterior de la ciudad transfigurada acelera nuestro ritmo interior, igual que en la ciudad real: Marie Menken nos ayuda a percibir el embolado, rápido, rápido y rectilíneo, en el que nos hemos metido.
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El último caballo (Edgar Neville, España, 1950, 75')
Que la potencia de un motor se mida en caballos nos recuerda que en el principio no eran los coches. No siempre estuvieron entre nosotras, dueños y señores del espacio público. No siempre nuestras plazas fueron el techo de un parking. Esta es la historia de un hombre que trata de vivir, en el Madrid de la posguerra, junto al caballo con el que ha hecho el servicio militar. Como no es rico pero tiene, a decir de su futura suegra, «sentimientos de rico», el afecto que siente por su caballo hará de él un hombre osado, en lo que a las convenciones sociales se refiere. En alianza con otro par de inadaptados librará una batalla contra el mundo moderno en general y la motorización en particular. Aquí está el conservadurismo que interesa, un conservadurismo no hipócrita, o que transforma la hipocresía en buen humor: brindemos por la ley seca.
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10 de octubre
Il tetto (Vittorio de Sica, Italia, 1956, 101')
El Madrid de la posguerra creció a base de okupaciones. Del campo y los pueblos, empobrecidos, llegaban migrantes en aluvión. Como la mano de obra se necesitaba, y en algún sitio tenía esa mano de obra que vivir, se dejaban en pie las chabolas construidas en una sola noche —«flores de luna»— sobre suelo municipal, previo soborno a las autoridades, claro. En Roma ocurría lo mismito y allí encontramos al matrimonio protagonista, dos adolescentes que se han casado para poder estar juntos y que no pueden estarlo porque no tienen dónde. Cualquiera que no dé su techo por sentado va a seguir con especial angustia las peripecias de esta exsirvienta y este, faltaría más, aprendiz de albañil: la ciudad anda en pleno boom inmobiliario. De Sica enlaza, gracias a encuadres y panorámicas, las realidades separadas de las nuevas urbanizaciones y de quienes las construyen (casi medio siglo después, Ignacio Agüero volverá a enlazarlas gracias al montaje). Al final, y a contrarreloj, sólo el pueblo salvará al pueblo, aunque los salvamentos sean siempre diminutos.
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17 de octubre
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Under the Brooklyn Bridge (Rudy Burckhardt, EE UU, 1953, 15')
Bajo el puente de Brooklyn, barrio gentrificado por excelencia e inspirador de la gentrificación local (véase Puerta del Ángel), los edificios se demolían a maza y tracción, sin explosivos. La destrucción era tan lenta como la construcción, una construcción que disminuía en vez de aumentar. Pese a que Nueva York no sufrió las consecuencias de la segunda guerra mundial, este espacio recóndito de la ciudad parece, en la película, recién bombardeado. Las secretarias y mecanógrafas cruzan un paisaje de escombros. La clase trabajadora trabaja, por supuesto, mientras sus hijos se bañan desnudos en el East River, pues aún no se han visto obligados a olvidar lo que es vivir.
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Aquí se construye (Ignacio Agüero, Chile, 2000, 77')
La película se llama «Aquí se construye» porque ninguna promotora inmobiliaria se publicitaría diciendo «Aquí se destruye», aunque así suceda, en el cine y en la vida: derribo inmisericorde de casas para construir pisos en altura. Casas muy hermosas con patio o jardín y árboles que las envuelven. Y, también, casitas autoconstruidas después de una «toma de terreno» a.k.a. okupación. Ignacio Agüero se acerca a conocer a algunos vecinos de este barrio en Providencia, Santiago de Chile, que se deshace a ojos vistas. La película acaba orbitando alrededor de un biólogo encantador y su familia, y del gigantesco edificio que están construyendo en la parcela de al lado. La confianza entre biólogo y cineasta va creciendo y nos da acceso a una intimidad y a una memoria, al presente y al pasado de un ser humano singular. Pero el poema, porque hay un poema (cinematográfico), Agüero se lo dedica a los albañiles, que viven en el quinto pino y se levantan tempranísimo para ir a trabajar en coche compartido, metro, autobús o bicicleta, y levantan pisos que jamás podrán comprar.
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24 de octubre
De nens (Joaquim Jordà, España, 2003, 188')
Sólo los crímenes pequeños se cometen en nombre del mal, así que fue en nombre del bien que se destruyeron el barrio chino de Barcelona y a unos cuantos de sus habitantes. El barrio perdió hasta su apelativo, y pasó a conocerse sin más como «Raval». Sí, el Raval del MACBA, el CCCB, la Filmoteca de Catalunya… triunfaron cierto vocabulario y cierto proyecto a costa de los pobres, esas personas sin vocabulario ni proyecto. En la Barcelona post-olímpica ya no se vivía, se generaba valor y se atraían inversores, visitantes, nuevos públicos. Joaquim Jordà quiso ocuparse del juicio subsiguiente a un montaje policial, que implicaba en una red internacional de pederastia o bien a pobres, o bien, casualmente, a miembros de una asociación vecinal que se oponía a la destrucción con coartada urbanística del barrio chino. El resultado —la película— suele plantear a las espectadoras serias dudas sobre la existencia del Estado de derecho.
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31 de octubre
London (Patrick Keiller, Reino Unido, 1994, 85')
Londres, la capital más segregada y desigual de Europa junto con Madrid, fue la primera metrópolis. Y fue también la primera en desaparecer. A principios de los noventa, el centro de Londres era un «vacío cívico», como lo son a día de hoy los centros históricos de todas las grandes ciudades. Una bomba del IRA estalla en la City y las zonas afectadas apenas se distinguen de los solares de obra que proliferaron pocos años antes, dicen. Dos examantes se pasean, peripatéticos, y son testigos de este y otros momentos del mundo; el llamado Robinson los propicia y su compañero los narra en off. Siguiendo el rastro de poetas decimonónicos y de las utopías de posguerra, se topan con cordones policiales, dos hogueras, una vaca, gotas de lluvia que pintan círculos en el agua, niños que juegan bajo una luz dorada y filtrada por las copas de los árboles en un complejo de vivienda social… La vivienda social o los transportes públicos son motivos dignos de elaboración estética para Patrick Keiller, y el encuentro entre imágenes, sonidos y frases más o menos simples —«cuando despertamos, era primavera»— hace pensar, a veces reír y otras emociona muy íntimamente, quizá porque muestra que la ciudad ya contiene la ciudad que podría ser y continúa dispuesta a acoger a quienes sueñan con escapar a su destino.
Miriam Martín ha dedicado al cine toda su vida adulta y parte de la anterior. Primero como espectadora, después como programadora en instituciones varias: MNCARS, MUSAC, CA2M o Punto de Vista (el festival). Durante casi seis años organizó el cine-club Chantal, un experimento estético y político con periodicidad semanal. En 2019 hizo una película y la llamó La espada me la ha regalado. En 2023 ha estrenado otra, Vuelta a Riaño. También canta, traduce y escribe, y llegó a comisariar una exposición en torno al 15M y la Comuna de París, Con h minúscula. A finales de año van a publicarle un librito sobre Madrid.