Grabar al verdugo: ¿éticamente correcto?

El cine y la televisión han abordado desde todos los ángulos la realidad de millones de víctimas de diferentes conflictos en el mundo. Sin embargo, desde hace unos años, se da la tendencia inversa: la de explicar quiénes son sus verdugos. En el documental de no ficción, muchos directores han elegido grabar el lado oscuro: a los perpetradores de masacres, a los kamikazes, a los asesinos. Lo hacen de una forma íntima, conviviendo con ellos, tratando de comprender su elección, razonarla, humanizando al personaje y dándole voz. Hay curiosidad por saber quiénes y por qué matan. Y si se puede entrar en su vida y verles actuar, mejor. Ahora ya no vemos a las víctimas ni su sufrimiento, sino el orgullo, el modus operandi y las explicaciones de los “malos” de verdad.

Todos demuestran no solo que esos monstruos existen, sino que son reales y están entre nosotros. Son seres humanos con rostro, con discurso, con rutina diaria, con objetivos y sueños. Es lo que Hanna Arendt llamó "la banalización del mal". No son retratos de psicópatas como los hubíeramos imaginado, sino personas que entraron en el sistema, que se ven a sí mismos como una pieza más al servicio de un ser “responsable” del mal que perpetraron. Muchos se preguntan si es ético y moral entrar en su intimidad, humanizarles; ponerles rostro, familia, sonrisas; si no buscan solo el morbo y el sensacionalismo. ¿Es curiosidad antropológica, poética, psiquiátrica incluso? ¿Es un afán por informar como si de periodismo se tratara? ¿Es ética y moralmente aceptable?

Intervienen

• Paul S. Refsdal, director de documentales y autor de Dugma: the button, un retrato íntimo de tres kamikazes de Al Qaeda que van a morir haciéndose explotar en el norte de Siria.
• Vicente J. Benet, catedrático de Comunicación Audiovisual en la Universitat Jaume I.