Duración: | 1 hora 30 minutos |
Considerado uno de los pioneros del arte sonoro, el alcance de su obra va mucho más allá de esa práctica. Su viaje como artista comenzó en la estación de Nagoya (Japón) en 1963, en una acción (la de arrojar un cubo por unas escaleras) que le ponía en sintonía con el universo del movimiento fluxus, aunque el sonido (el deseo de escuchar el ritmo de ese objeto cayendo por las escaleras) siempre estuvo ahí desde el principio. Inventor de instrumentos, como el anapalos, un generador de eco, y de construcciones como Space is the sun (1988), dos paredes entre las que el artista se sienta para escuchar los sonidos de la naturaleza, su búsqueda siempre ha sido la misma: purificar su sentido de la escucha entrando en sintonía con el universo que le rodea. Y de aquí nace una de sus obsesiones: liberar el sonido. En esta línea, durante las décadas de 1970 y 1980 desarrollaría una serie de performances en las que hace uso de objetos cotidianos (como piedras) para elaborar juegos intelectuales en los que prima la evocación de la escucha conectada al espacio y a los objetos que emplea. En los años noventa sus instalaciones vuelven a asombrar; muchas de ellas, como Otodate, subrayan el valor acústico de cada espacio, aunque la instalación prescinda del sonido. En los últimos años también ha desarrollado otro tipo de performances en las que hace uso del iwabue, flautas esculpidas por la naturaleza en piedra, así como instalaciones en las que graba y genera sonidos que amplifica eléctricamente para reconstruir nuevos sonidos que vuelven a ponernos en sintonía con el espacio y el territorio en el que nos encontramos. Muchos lo consideran un verdadero chamán.